Texto por Paula Muñoz
La Moda cambia y sus explicaciones siguen siendo infinitas. Como sus posibilidades. Imprevisible y regular, la Moda no deja de interesar a psicólogos, sociólogos y estetas. ¿Por qué? Un problema aparentemente superficial, que encierra una infinita complejidad cuyo núcleo es la raíz misma de la modernidad occidental.
moda.
1. Uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo, o en determinado país, con especialidad en los trajes, telas y adornos, principalmente los recién introducidos.
Concebida tradicionalmente como un lujo fundamentalmente estético y unido al ámbito más social de la vida, la Moda se ha convertido en elemento central capaz de describir los procesos sociales que gobiernan la producción y el consumo de objetos, convirtiéndose en pieza clave para sistemas como la publicidad, la cultura, los medios de comunicación o incluso los cambios ideológicos.
Los estudios de Moda se remontan a siglos atrás, pero es Roland Barthes quien cuestiona el sistema de la Moda en 1967, desde un punto de vista diferente a como se había considerado hasta entonces, desprendiéndose de toda superficialidad posible: ¿Cómo los hombres y las mujeres pueden crear sentido a través de su forma de de vestir?
La temática no es nueva. Ya Napoleón prestó especial atención por el diseño de los uniformes entre sus filas (fue una de las primeras decisiones que tomó al llegar al poder en 1799), ordenando para sus mariscales piezas muy teatrales y espectaculares y, por el contrario, para él mismo, un traje en el que destacaba la simplicidad frente al manierismo del resto. De ello se han hecho muchas lecturas, una de ellas (quizás bajo mi punto de vista la más acertada) es la del semiólogo Yuri Lotman, que señala que en este caso el emperador asume la figura de quien observa, dejando para la corte y el resto del ejército el papel de ser un espectáculo montado para él. En esta misma línea, Stalin también tomó como referente los uniformes de sus ejércitos para despertar determinadas sensaciones y lanzar mensajes directos hacia el exterior.
‘La ostentosa seguridad de quien observa y controla todo y a todos ocupaba el lugar- concluye Lotman- de la inseguridad de un hombre preocupado por el propio aspecto’.
De esta forma, lo que Barthes inicia con El Sistema de la Moda, es la pregunta sobre el modo en que nuestra sociedad asume o elude la arbitrariedad de los sentidos que elabora. O lo que es lo mismo, la forma en que, sin querer, construimos sentido y significación a través de los modelos que de alguna forma nos son impuestos (el uso de los pantalones en la mujer como símbolo de revolución sexual y más tarde el de la minifalda).
A nadie se le escapa que, desde hace tiempo, hemos entrado en un proceso en el que la vida occidental parece estar organizada bajo parámetros que basan su identidad en la seducción, lo efímero y la diferenciación marginal. Dicho de otro modo: una sociedad que aúna en sus cimientos los ingredientes básicos del consumo, la Sociedad de la Información y la constante dicotomía entre original/copia, único/serie.
Ingredientes todos ellos que se reducen a la experiencia: un caleidoscopio de sensaciones que se canalizan a través de los estímulos que captamos del exterior.
Así, iconos como Kate Moss, Madonna, Grace Kelly o Channel, por ejemplo, son parte esencial de este entramado contemporáneo. Y lo son precisamente porque la Sociedad desea (o ha deseado) a través de ellas. Su experiencia se convierte en la experiencia del que observa, creando de esta forma una sociedad del consumo, que se articula fundamentalmente sobre los signos de la simulación (y con ella la oposición entre lo verdadero y lo auténtico) y la repetición (que protagoniza el debate abierto por Walter Benjamin entre el original y la copia). Kate Moss, Madonna, Grace Kelly o Channel constituyen ejemplos de los modelos que toma la moda para replicar su sentido entre el resto de la sociedad.
Tomando estas premisas como base para lo que podría ser un esbozo de la descripción de la Cultura Contemporánea, se plantea un reto interesante: retomar el Sistema de la Moda como un metrónomo del desarrollo cultural, viendo paso a paso cómo el cambio regular de la Moda es señal de una estructura social dinámica.
Como no hay moda sin observador, nos colaremos en aquello que nos ofrezca curiosidad, divagando siempre entre el remix de una cultura multidisciplinar en la que el vestido se convierte en un discurso de traducción (y simulacro).
Así, periódicamente, esta sección adoptará la actitud del trapero que acumula retales y dispone de ellos a su antojo en busca de una composición desmitificada de otras realidades. Claro que también hablaremos de las últimas tendencias de Miley Cyrus, repasaremos la imagen renovada de Britney Spears o mitificaremos la imagen de Kate Moss.
Superficialidad servida en un plato cargado de academicismo: no hay nada más contemporáneo. Ni más a la Moda. Viva el remix.